Estos diputados nuestros son simplemente monigotes, hombres
y mujeres de goma que sientan en los escaños del congreso sin otra función que
aplaudir lo que diga su jefe de filas y votar lo que indique su jefe de grupo
parlamentario. Esas son sus solas funciones y para esa faena sobran todos,
todos.
Uno, en su ingenuidad, suponía que los discursos que se
pronunciaban en el parlamento tendrían la finalidad de convencer a un número
más o menos numerosos de diputados para
que apoyaran las tesis del orador. Si alguien me dice que esa es realmente la
finalidad de las intervenciones parlamentarias, habrá de admitir que hasta la
fecha ninguno de los oradores lo ha conseguido. Los resultados de las
votaciones se conocen de antemano. ¡Vaya pérdida de tiempo y de recursos!