sábado, 13 de abril de 2013

CAZANDO ELEFANTES


Cuando una persona decide dar los pasos necesarios para convertirse en un personaje público debe prepararse para asumir todo aquello que esta decisión lleva consigo. Sin embargo se quiere implantar como axioma social que hay que respetar el ámbito privado de las persona públicas; se ignora así el hecho de que carecen de ámbito privado, de que no tienen derecho a tener ámbito privado.

Pongamos un ejemplo extremo. Pocos hombres podrían ser considerados más públicos que el Papa de Roma. ¿Cree alguien que lo que este personaje haga en cualquier minuto de su pontificado no es de sumo interés por parte de su feligresía? No puede tener relaciones sexuales, no puede atiborrarse de comida, no puede hacer casi nada de lo que las personas normales hacemos porque voluntariamente ha aceptado estar expuesto a las miradas de los demás. Su enorme prestigio y poder llevan consigo enormes responsabilidades y demandas de ejemplaridad.

Así ocurre también con todo personaje que aspira a manejar los asuntos de los demás, los demás quieren saber lo que ese individuo hace en todo momento ya que se encarga de manejar los  asuntos más importantes  de los demás. Quieren saber lo que hace y quieren tener la potestad de pedirle responsabilidades llegado el caso porque el poder reside en los demás, no siendo el personaje público sino un servidor a tiempo completo de los demás.

Quien no lo entienda así debería hacer examen de conciencia para conocer los motivos reales por los que ha decidido meterse a persona pública. Nos interesa y repudiamos si Clinton tienen escarceos con Mónica Levinsky;  nos interesa y repudiamos la lista de invitados mafiosos de la boda de la niña del presidente de gobierno de turno;  nos interesa y repudiamos las infidelidades conyugales del jefe del estado. No es afan de cotilleo, sino demanda de seguridad para aceptar la catadura moral de las personas que manejan nuestros asuntos.

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