Cuando una persona decide dar los pasos necesarios para
convertirse en un personaje público debe prepararse para asumir todo aquello
que esta decisión lleva consigo. Sin embargo se quiere implantar como axioma
social que hay que respetar el ámbito privado de las persona públicas; se
ignora así el hecho de que carecen de ámbito privado, de que no tienen derecho
a tener ámbito privado.
Pongamos un ejemplo extremo. Pocos hombres podrían ser
considerados más públicos que el Papa de Roma. ¿Cree alguien que lo que este
personaje haga en cualquier minuto de su pontificado no es de sumo interés por
parte de su feligresía? No puede tener relaciones sexuales, no puede
atiborrarse de comida, no puede hacer casi nada de lo que las personas normales
hacemos porque voluntariamente ha aceptado estar expuesto a las miradas de los
demás. Su enorme prestigio y poder llevan consigo enormes responsabilidades y
demandas de ejemplaridad.
Así ocurre también con todo personaje que aspira a manejar
los asuntos de los demás, los demás quieren saber lo que ese individuo hace en
todo momento ya que se encarga de manejar los
asuntos más importantes de los
demás. Quieren saber lo que hace y quieren tener la potestad de pedirle
responsabilidades llegado el caso porque el poder reside en los demás, no
siendo el personaje público sino un servidor a tiempo completo de los demás.
Quien no lo entienda así debería hacer examen de conciencia
para conocer los motivos reales por los que ha decidido meterse a persona
pública. Nos interesa y repudiamos si Clinton tienen escarceos con Mónica
Levinsky; nos interesa y repudiamos la
lista de invitados mafiosos de la boda de la niña del presidente de gobierno de
turno; nos interesa y repudiamos las
infidelidades conyugales del jefe del estado. No es afan de cotilleo, sino
demanda de seguridad para aceptar la catadura moral de las personas que manejan
nuestros asuntos.
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