sábado, 17 de noviembre de 2012

MEMORIA DEL PASADO

No se si será cierto lo que se expresa en la rotunda frase de Avellaneda de que: “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”. Lo que si me parece más cierto es que los pueblos que no quieren recordar su pasado son semejante a esas personas que pretenden enterrar o disfrazar pasadas, remotas, malas experiencias. Estas vivencias desagradables no es que se borren de loa recuerdos, sino que se deforman, disfrazan y tergiversan, pasando a formar lo que, según Freud, se denominan recuerdos encubridores y que pueden derivar en toda clase de perturbaciones de la personalidad o, en el caso de los pueblos, en todo tipo de disfunciones sociales.
Si observamos nuestro entorno social podemos fácilmente llegar a la conclusión de que estamos inmersos en una sociedad aquejada de algunas graves deficiencias que, seguramente, pueden tener sus raíces en la falsificación de nuestro pasado.
Estas deficiencias son de diversa índole.
Tenemos un sistema judicial en el que se eternizan los procesos: la lista de espera de juicios iniciados y no conclusos se me antoja infinita. Con ello la justicia pierde mucho de su tarea ejemplarizante. Con ello, incluso, llegan a prescribir delitos. Con ello se frustran las esperanzas de la gente de conseguir para sus cuitas una solución oportuna en tiempo adecuado
Tenemos una policía cuyos métodos todavía recuerdan usos y costumbres de antaño en los que era más fácil obtener confesiones que acumular elementos incriminatorios. Con ello se instruyen causas que adolecen de las debidas pruebas . Con ello se originan demasiados juicios paralelos avivados por la necesidad de comentarlo todo de los mass media.
Tenemos un sistema fiscal-recaudatorio que hace agua propiciando unas tasas de fraude fiscal impune que son difícilmente asumibles.  Con ello se carga la satisfacción de las necesidades públicas sobre las clases medias y trabajadoras. Con ello se les pide a los que más tienen sólo mínimos, si algunos, esfuerzos económicos de solidaridad .
Y sobre todo una corrupción generalizada que ha contaminado todo tipo de instituciones desde la jefatura del estado hasta el más mínimo ayuntamiento. Infantes consortes, presidentes del congreso, ministros, senadores y diputados nacionales, presidentes y diputados de comunidades autónomas, diputados provinciales, alcaldes y concejales, banqueros, notarios, policías y guardias civiles, etc, ningún estamento se encuentra a salvo de esta lacra escandalosa.
Seguramente es que nos creímos aquello de la ejemplaridad de la transición desde la dictadura a la democracia; habíamos sido el ejemplo para el mundo entero de ese tipo de transición sin apenas trauma social alguno. Pero la ausencia de traumas no se debió a la capacidad política de nuestra sociedad, sino sólo al triste hecho de que no se produjo transición alguna. Los recuerdos encubridores siguen gobernando nuestra conducta actual. Por eso es necesaria la memoria histórica.
No puedo comprender la actitud de los que se cabrean al oír siquiera nombrar el tema. No lo comprendo sino a la luz de esos recuerdos encubridores. La gente que disfrutó o que aprovechó de la victoria de Franco en 1939 y del largísimo período de postguerra no es capaz de enfrentarse a lo que intuyen certeramente como el conocimiento de que sus adorados padres o abuelitos no fueron todo lo buenos que se dijo que fueron.
Pero los españoles no comprendidos en el anterior conjunto aspiran a que se reconozca  que sus adorados padres o abuelitos no sólo no fueron tan malos como se dijo entonces, sino que fueron buenos y que, quizás, hasta fueron los buenos de la historia.
Asumiendo con franqueza nuestro pasado, a lo mejor hasta éramos capaces de montar entre todos una sociedad más libre, más igualitaria, mas solidaria y más justa. O por lo menos, una sociedad más honesta.

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