¿Por qué algunos sienten esa repulsa visceral ante lo que se ha venido en llamar 15 M? A los que han salido a la calle para exteriorizar que están hartos de tanta corrupción, de tanta mentira, de tanta rapiña, de tanta explotación, se les quiere descalificar, ningunear. A mi me caen la mar de bien; los admiro.
Claro que yo siento una especial simpatía por todo aquel que se manifiesta a favor de favorecer a los más pobres frente a los más ricos y, consecuentemente, me asalta una antipatía visceral hacia todo el que defiende los privilegios de los más ricos a consta de los más pobres.
Creo firmemente que el bienestar de una sociedad es fruto de la aportación de todos los que forman parte de ella (excepto de los parásitos, muy ricos o muy pobres que de ambas clases son). Cada quien en la medida de sus capacidades y posibilidades coopera para que nuestro entorno sea como es. Tanto o más importa que los basureros se lleven la basura de las ciudades como que los cirujanos practiquen exitosas operaciones en los quirófanos. Es obvio que unos oficios han requerido más esfuerzo que otros para llegar a poder ejrcitarlos de modo conveniente, pero el premio dado al esfuerzo es absolutamente injusto; la labor de nadie vale digamos diez mil veces más que la labor del más humilde de los peones; hay, sin embargo, quien se cree que su ocupación vale eso y mucho más; yo creo que ese es una mala persona, de versa lo creo.
Creo también que todo sistema de gobierno predica el bienestar de los ciudadanos a los que gobierna; creo que todos ponen su meta en la consecución de ese bienestar generalizado. Se diferencia sólo unos de otros en los plazos y en los medios para alcanzar ese objetivo. Desde los más ultramontanos que defienden que ese bienestar sólo es posible después de la muerte, en la otra vida y no para todos sino sólo para los que hayan sido dóciles a sus dictados, hasta los ácratas más acérrimos que defienden que eso es posible ya, aquí y ahora. Entre aquéllos y éstos toda una interminable gradación de tonalidades de entra las cuales, por más actual en estos momentos, merece la pena reseñar la postura de los que defienden que para que los pobres dejen de serlo, primero hay que procurar que los ricos sean mucho más ricos. ¡qué mundo tan curioso este!.
Creo además que si los que gobiernan las naciones, sobre todo las más ricas, no son capaces de parar las hambrunas africanas mientras mandan misiones de dudosa eficacia y aun más dudosa urgencia a los espacios interestelares, si no son capaces de erradicar las increíbles pero muy ciertas desigualdades entre los humanos, más les valiera que se ataran una piedra de molino al cuello y se arrojaran a la mar. Así se expresaba Jesús Nazareno.
Creo, aunque me cueste trabajo, que todas esas buenas gentes adineradas que se hartan de hacer obras de caridad (comedores de pobres, rastrillos etc) vistiendo sus mejores galas, son las que con más fuerza defienden los recortes en gastos sociales (educación, sanidad, etc) y los que definitivamente se oponen a dedicar el 0,7% del PIB a la cooperación internacional contra la pobreza.
Si creer todas estas cosas es ser comunista… pues, bueno, será que soy comunista sin saberlo como aquel personaje de Moliere que llevaba toda su vida hablando en prosa sin saberlo. Después de todo fue Monseñor Elder Camara el que dijo aquello de “si doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo; pero si pregunto por qué los pobres son pobres, me llaman comunista”. No es mala cosa estar en el mismo carro que este obispo brasileño.
1 comentario:
Creo, que yo pensando exactamente igüal en todo lo que expones,no me veo bajo ninguna bandera ni tengo la duda de si soy comunista o no,a la hora de votar-lamentablemente-al dia de hoy no me siento reprsentada por ninguno.
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