Hagamos un ejercicio de imaginación y supongamos una
sociedad en la que todos los adultos en edad de trabajar tienen un una trabajo
que ofrecer a los demás. Imaginemos, además, que son honrados y dispuestos a
ejercitar sus respectivas habilidades en provecho de cualquiera que se lo
demande a cambio de nada.
Una sociedad así no necesitaría para nada el dinero puesto
que sus necesidades estarían satisfechas a cambio de nada. Algunas comunidades amish funcionan así; sin embargo ya se que eso
sería casi imposible de conseguir. Sólo lo indico como ilustración para que
veamos claramente que el dinero no genera los bienes y servicios que demanda
una sociedad, sino que es el trabajo de esa sociedad lo que verdaderamente
genera esos bienes y servicios; el dinero sólo facilita el necesario
intercambio entre los miembros de esa sociedad.
Todo esto viene a cuento porque, en medio de esta crisis en
la que llevamos instalados ya va para cinco años, estamos permitiéndonos el
lujo de tener ociosos a una de cada cuatro personas en edad y con ganas de
trabajar. Es, sin embargo, un lujo que no podemos permitirnos. Nuestro PIB baja
cada día, pero todo lo que hacemos es enviar más gente al paro. A más paro, más
baja el PIB. El estado recauda menos, no se pueden atender necesidades sociales
básicas tales como sanidad y educación, la creación y mantenimiento de las
infraestructuras agrícolas e industriales se deteriora aceleradamente.
Y nuestro actual gobierno piensa que quizás gastando todavía
menos podrá remediar de algún modo esta penosa situación. Gasta menos, de nuevo
baja el PIB, y todo empeora; las prestaciones sociales desaparecen o son
meramente testimoniales. Cada vez el estado necesita pedir más dinero prestado
con lo que todavía detrae más recursos sólo para pagar los intereses de la
deuda. Encima están tan contentos, tan gallardos, tan airosos. Es una pandilla
de incompetentes o de malvados, Quizás de malvados incompetentes.
El remedio pasa necesariamente por poner a trabajar a toda
esa mano de obra ociosa. En vez de recortar prestaciones sociales se deberían
haber incrementado, más gasto en sanidad, más gasto en educación más gasto en
infraestructura, más gasto en atención al medio ambiente, etc.
¿Y como se le paga si no hay dinero en las arcas del estado?
Se me ocurren dos soluciones.
La solución A requiere afrontar la realidad de igualar el
esfuerzo fiscal de todos los que debemos pagar impuestos al estado. Todo lo que
se requiere es:
En primer lugar, simplificar la fiscalidad eliminando toda
esa hojarasca de exanciones, reducciones, etc que constituyen el meollo de la
ingeniería fiscal. Don XXX gana tanto al año, pues paga lo que le corresponda
en función de ese tanto que gana, venga esa ganancia de donde venga, del
trabajo, del capital, de los dividendos empresariales, de las herencias o de
los juegos de azar.
En segundo lugar es aplicar como factor para indicar la
carga fiscal aplicable a cada persona
física o jurídica el concepto de esfuerzo fiscal, es decir, equiparar el
cociente de carga_fiscal/ingresos para todos los contribuyentes. Es decir,
establecida la carga fiscal del salario mínimo, por ejemplo el 0,01 %, los
ingresos brutos n veces mayores que el salario mínimo, tributarían con una
carga fiscal n veces mayor. Esto querría decir que unos ingresos 1000 veces el
salario mínimo habría de tributar con el 100%, lo cual se lograría, entre otras
cosa, evitar el sarcasmo de ingresos de 6.000.000 al mes. Nadie aporta a la
sociedad diez mil veces más que otro.
La solución A redunda en tocarle más el bolsillo al que más
ingresa. No se si habría algún gobierno con la empatía y el valor necesario
para llevarlo a cabo. Pero nos quedaría una solución B que consistiría en, sin
abandonar el euro para las transacciones internacionales, reestablecer la
peseta como moneda de uso interno. El estado pagaría sus obligaciones internas
en pesetas y todas las transacciones internas se realizarían en esta moneda.
Así estuvimos durante muchísimos años manejando pesetas dentro y manejando
dólares fuera. Con esto el estado no tendría que andar todos los días
“colocando” deuda soberana y endeudándose más cada día con el sólo fin de pagar
los intereses de la deuda.
Esta segunda solución acabaría, lo más seguro, por devaluar
la peseta en relación con el euro, pero sería una forma de que el empobrecimiento
generalizado que toda devaluación supone repercutiera más justamente entre
ricos y pobres, aquéllos estarían más afectados por una ciega devaluación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario