domingo, 16 de marzo de 2014

AMAR AL PRÓJIMO AUNQUE SEA POBRE

Ya ha habido negros muertos al intentar acceder a España. En este caso no ha sido el caso de la patera que naufraga. Se ha tratado de un grupo numeroso que pretendía entrar a nado y que ha sido rechazado por los nuestros empleando material antidisturbios. Algunos negros se pusieron nerviosos y el resultado fue decena y media de cadáveres; algunos arrojados por el mar a la costa más cercana, la nuestra.
La presión migratoria sobre nuestras plazas de soberanía es muy fuerte. Nuestro ministro del interior habla de cuarenta mil negros apostados en el Gurugú a la espera de saltar las cada vez más altas vallas de la frontera. Sería una especie de invasión de los bárbaros, parece ser.
Ante esta situación nos estamos comportando como los defensores del fuerte atacado por los pieles rojas. Somos los buenos y eso nos autoriza a emplear el grado de fuerza necesario para rechazarlos. No vamos a dejar que entren a mogollón. (Grandes aplausos).
Sin embargo olvidamos algunas cosas:
A principios de 1.939 muchos españoles sintieron amenazadas sus vidas ante el avance victorioso de los sublevados del general Franco. Comenzó un éxodo importante hacia la frontera con Francia. Nuestros vecinos, los odiados gabachos, no desplegaron medios activos ni pasivos de disuasión ante la avalancha de gente que buscaba su salvación en otros países; por el contrario, abrieron la frontera para que aquellos españoles escaparan a su suerte. Aquel río de fugitivos fue encauzado ordenadamente y les ofrecieron refugio seguro, aunque las condiciones de los campos de internamiento no fueran las mejores imaginables.
Otros muchos países tienen ahora mismo serios problemas internos (genocidios, hambrunas, etc) y sus habitantes buscan desesperadamente amparo en as naciones colindantes. Ninguna de estas naciones, salvo alguna excepción cruel, ha dispuesto medidas “pasivas” para lesionar, tullir o joder en suma a los refugiados que llegan en tropel. Encauzan su llegada y los acogen en campos de refugiados solicitando al mismo tiempo el apoyo de la comunidad internacional para atenderlos.
Pero nosotros parecemos ser de otra madera. Rezamos para que los que la pobreza obliga a exiliarse de sus entornos más queridos, se mueran en las arenas de los desiertos, se ahoguen en los abismos de los mares o sean apaleados y por la gendarmería de algún país intermedio a cuyos agentes felicitamos más en cuanto más contundentemente actúen en ese sentido. Luego, cuando los supervivientes rozan la meta de su entrada a nuestro suelo, los disuadimos con concertinas militares y material antidisturbios. Finalmente, los expulsamos al amparo de leyes que hacemos ad hoc o, si nadie nos ve, sencillamente los expulsamos “en caliente”. ¡Viva España! Parece que somos más patriotas cuanto más despiadadamente nos pronunciamos en este sentido. Sin embargo no he conocido a ningún español que este dispuesto a pasar las penalidades que sufren esos subsaharianos para vivir en España. Yo creo que se merecen un cierto respeto.




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