sábado, 13 de agosto de 2011

ÁGORA. BENEDICTO XVI.

Salvando debidamente las distancias, me temo que la visita a Madrid de Benedicto XVI pueda llegar a convertirse en un re-make de la película.
In illo tempore fue suficiente un exceso anticristiano por parte de los paganos ilustrados para que, al amparo de Teodosio o de algún otro recién converso emperador, los cristianos enfurecidos, enloquecidos, fanatizados, sabedores de que su dios era el único verdadero, practicando la santa intransigencia, justificaran saltarse a la torera aquello, por lo visto ya anticuado en la antigüedad, de cuando os ofendan poned la otra mejilla; en nombre de dios, ¡cuantas veces Señor!, se cometieron tropelías que dejaron chiquitas a las de sus provocadores.
En estos tiempos quizás, sólo quizás, no llegue tanta sangre al río (al Manzanares, no al Nilo) y la cosa se salde con unos cuantos disturbios callejeros que, Dios lo quiera, las fuerzas del orden público podrán controlar eficazmente. Seguiremos creyendo más en la figura de Cristo que nos henos creado, defenderemos el honor de dios (¿ya no dispone de legiones de ángeles que lo defiendan a su orden?, ¿No ha aprendido Pedro todavía la exhortaxión de devolver la espada a su vaina?). Eso nos hace sentirnos auténticos soldados de cristo.
Quizás deberíamos en cambio cavilar en que lo importante no son los dogmas que año tras año nos han ido imponiendo los papas a lo largo de los siglos, sino las enseñanzas que el Nazareno se tomó la molestia de repetirnos con machaconería y por las que fue torturado, juzgado con toda injusticia y ajusticiado en una cruz.
No son enseñanzas complicadas, amar a los que te persiguen, devolver bien por mal, compadecerse del pobre, reconocer que, prácticamente, esto del reino de los cielos no se hizo para los ricos 8aquello de la aguja y el ojo de la aguja), misericordia y no sacrificios, caminar con el que necesite tu compañía no los mil pasos que te ha solicitado sino otros mil más para mejor ayudarle.
Quiera Dios que me equivoque y que todo transcurra como la seda. Soy un hombre de poca fe al que mis pastores se encargan de quitarme cada día la poca que me va quedando. Dios los perdone, lo digo de corazón.

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