Dicen que estamos tan mal en España porque hemos vivido por
encima de nuestras posibilidades. Se refieren los que propalan este infundio a
todos esos gastos que han hecho las entidades públicas y que no han reportado
nada a cambio. Hay muchos ejemplos de esos gastos inútiles. Quizás el paradigma
de ese gasto inútil haya sido el aeropuerto sin aviones de Castellón, pero podríamos citar muchos más,
desde los mármoles del palacio de San Telmo en Sevilla (PSOE) hasta los cinco
mil gaiteiros de las tomas de posesión de aquel incombustible Fraga (PP).
Sin embargo afirmo y sostengo que esos gastos no han sido
causantes de otra cosa que de haber dado trabajo a la gente, albañiles,
fabricantes y gaiteiros. El dinero que se dio a todas esas personas que
aportaron su trabajo para esos excesos revertió a la sociedad en forma de
consumo, de impuestos o de ahorro. Gracias a esos dispendios se le dio trabajo
indirecto a otros muchos oficios y profesiones y todo ese trabajo constituía la
verdadera riqueza nacional.
Harina de otro costal es, sin embargo, los dineros públicos
que so capa de esos fastos han pasado a manos de intermediarios que, lejos de
revertirlos a la sociedad, se han apresurado a especular con ellos y a
derivarlos a paraísos fiscales. Ese dinero es el que realmente ha desangrado
las arcas del país. Por desgracia tales prácticas no han sido la excepción,
sino la regla. Ha abarcado, como las conquistas de don Juan Tenorio, desde la
altiva princesa a la que pesca en ruin barca, desde el yerno del monarca hasta
muchos concejales de urbanismo.
Por eso la gente normal no entiende este tremendo castigo
que nos están imponiendo. No entienden
que hayan de pagar los justos los pecados de los pecadores. No es verdad que no
haya trabajo. Hay trabajo de sobra. Hay sistemas que ampliar y mejorar para,
por ejemplo, tener una justicia eficaz y oportuna, hay enfermos a los que
atender, discapacitados a los que ayudar, estudiantes a los que instruir,
infraestructuras que ampliar, mejorar y mantener. Toda esta serie de cosas, que
forman lo que se llama el estado de bienestar, constituyen lo más cercano que
tenemos al reino de Dios aquel que predicaba Jesús el Nazareno. Esa debiera ser
la principal preocupación de todo gobernante. Endéudese el estado en fomentar
esos campos de acción y todo lo demás se nos dará por añadidura, porque
habremos buscado el reino de Dios y su justicia.
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