El 10 de marzo de 1820, un rey felón, se excusaba de la política conservadora que había desarrollado en sus primeros años como soberano.
Se dirigió a la nación y ponía como excusa el haber sido mal aconsejado y prometía que no iba a volver a suceder.
Sabemos que no cumplió tampoco esta vez su palabra y a los tres años de su arrepentimiento volvió a las andadas con mayor ahínco.
Casi doscientos años más tarde, otro rey se excusa ante la nación. Lo siente, se ha equivocado, no volverá a suceder.
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