sábado, 18 de junio de 2011

UNA REFLEXION SOBRE LA POESÍA

La poesía, como cualquier arte, o nace de una emoción o no es poesía sino un montón de versos. Por eso es peligroso el poeta profesional; como su pan depende de sus versos, ha de estar emocionado cada día para poder comer a diario y eso es difícil, muy difícil diría yo.

Entonces suple la emoción, que no ha sentido, con el oficio de tantos años de escribir fingiendo la mayor parte del tiempo. Así completa el libro y, si tiene suerte y buena promoción, puede vender los suficientes ejemplares para atender sus necesidades o a sus caprichos. Lo malo es que con estas prácticas se hace mucho daño a la sensibilidad de los lectores; han de leer cientos de poemas pedestres antes de encontrar algo medianamente bueno, y eso aburre y desanima para frecuentar este tipo de lectura.
Por otro lado, la emoción no es poesía. La emoción es un impacto que se siente ante una realidad inusitada, pero no es poesía. Es más, si fuéramos capaces de escribir en pleno impacto emotivo todo lo que nos ocurre en ese instante, el resultado sería una cosa deslavazada, incongruente tal vez, inservible. Inservible porque la poesía sirve para algo.
En primer lugar, le sirve al que la escribe. No me refiero a la utilidad económica que pueda obtener si es un autor de éxito, sino a la utilidad de poder liberarse de una sobrecarga emocional que se nos ha quedado latente, latiendo, en nuestro interior, las más de las veces arrinconada en la zona de los subconsciente.
En segundo lugar, le sirve al que eventualmente llega a leerla o a oírla; el lector en este caso puede encontrar en los versos escritos en otro tiempo, en otro lugar, en otra circunstancia, un conjunto de palabras de tal manera dispuestas que le provocan esa especie de cortocircuito emocional que se siente cuando llegamos a sentir, de alguna manera, la belleza.
Pero, ¿Cómo puede la poesía provocar, recrear, reinterpretar esa emoción liberadora?
Hay la poesía que la pretende lograr por la sola musicalidad de las palabras. Verlaine predicaba “la música ante todo”. Quizás tengamos buenos ejemplos de ello en los versos de Zorrilla, principalmente en los escritos con ocasión de la muerte de Larra. Más en Rubén Darío.
Otros pretenden conseguirla con la precisión en el ritmo y la agudeza de las ideas. Recordemos los sonetos de Quevedo y los muchos que lo han querido reinterpretar.
Tanto en un caso como en otro, la sujeción a los preceptos literarios hace que en muchos casos la virtud, la fuerza del poema, se pierda en la hojarasca a la que voluntariamente se ha encadenado el poeta y que tiene que producirla para satisfacer la longitud del poema o la preceptiva de la estrofa.
JRJ, el pregonero en España de la poesía pura, tiene unos hermosos versos, sólo dos, que constituyen todo lo que seguramente sea la esencia real de la poesía.

No la toqueis ya mas, que así es la rosa.

Con sólo diez palabras se puede escribir una poesía. Una frase, dos, las que sean suficientes y necesarias para tender ese atajo construido con palabras que es la poesía. No hay necesidad de más, pero eso nos lleva mucho tiempo, demasiado tiempo, llegar a comprenderlo.






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