Nuestro congreso de diputados es una patraña. En teoría se reúnen para debatir las leyes y controlar al gobierno. Se supone que en esas reuniones unos y otros exponen los pros y los contras de sus respectivas opiniones y, después de haber escuchado atentamente lo que se hubiera dicho, se procede al recuento de los que han sido convencidos para votar a favor o convencidos para votar en contra; para eso se supone que han estado reunidos y haciendo uso de la palabra.
Pero no es así de ninguna manera. Basta con atender alguno de los muchos medios de comunicación para saber de antemano el resultado de la votación que no se producirá hasta dentro de cuatro días. En esos plenos hablan y hablan insultándose los unos a los otros, descalificándose, de todo hacen menos escuchar las razones de los otros con ánimo de entenderlas por lo menos.
Así podemos ver el esperpento del diputado que lleva la voz cantante indicando, mediante señas convenidas, lo que los parlamentarios de su grupo deben votar; tal cual como si en vez de personas respetables y responsables fueran simples marionetas de guiñol. Para eso mejor es que se reunieran los portavoces de cada partido y que el voto de cada uno valiera el número de escaños que tiene, Sería un ahorro bastante substancial, supongo, en dietas y demás gabelas de sus señorías, señorías de madera, cartón e hilitos.
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