El paradigma de la ciencia económica actual se basa en un pecado capital, la avaricia. Bueno, se dice con otras palabras, se dice que se trata de hacer máximo el beneficio, lo cual parece más inocuo pero no menos inicuo que la misma avaricia.
No me cabe duda de que el ser humano tiende a ser avaricioso, soberbio, lujurioso, envidioso, perezoso, iracundo y dado a la gula, pero que tenga esas tendencias no implica que haya que darle carta de naturaleza a ninguna de ellas. Sería absurdo, por ejemplo, basar la ética en la soberbia o un buen régimen alimenticio en la gula. Sin embargo, nos parece lo más normal basar una tan importante actividad humana, la económica, en la avaricia.
Decimos que una empresa va bien cuando consigue grandes beneficios, aun cuando esos beneficios hayan sido obtenidos a costa de prácticas socialmente deplorables, despidos, arruinar competidores, rebajas de salarios, deslocalización a países no respetuosos con los derechos humanos, etc, etc. Todo se justifica en aras de hacer máximo el beneficio económico.
El desarrollo de una ciencia así basada no puede sino producir unas relaciones sociales podridas en su propia raíz. Los más codiciosos acaban por acaparar el fruto del trabajo de los demás, basando su fuerza en el continuado quebranto del muy olvidado noveno mandamiento de la ley básica de nuestra cultura judeo cristiana; “no desearás los bienes ajenos”. El beneficio tal como se contempla en la ciencia económica, es decir, el beneficio como compensación del riesgo, es inmoral en su raíz. Sería como amnistiar al ladrón que arriesgara su vida para perpetrar un robo. Todo beneficio que no provenga del esfuerzo humano debería ser considerado moralmente deplorable.
Asimismo es inmoral el interés exigido por un dinero prestado.
No estaría de más que en el marco de esa cultura cristiana se tuviera en cuenta la encíclica del papa Benedicto XIV a los obispos italianos en el año 1745 en el que establece que: “El pecado de la usura consiste en pretender recibir en virtud y razón del préstamo más de lo que se ha dado, algún lucro sobre lo que se entregó, no observando la condición de este contrato, que exige la igualdad entre lo que se deja y lo que se devuelve”.
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