Hoy repito imagen, nostálgico de una verdadera manifestación reivindicativa de los buenos viejos tiempos cuando los trabajadores conseguían mejorar su situación a base de sangre, sudor y lágrimas..
Cada vez que veo en la televisión una manifestación de trabajadores reivindicando sus derechos, me pongo de los nervios.
Cada vez que se anuncia una huelga de veinticuatro horas para reivindicar unos derechos, me pongo de los nervios.
A lo mejor es que soy demasiado irritable.
La razón de mi malestar en ambos casos es la misma. No parece que se reivindique nada, sino que parece que están jugando a reivindicar. Y claro, al poder ante el que reivindican, no hace ni puñetero caso.
Vamos al caso de las manifestaciones; se ven más banderolas, pancartas y fanfarrias que personas con el gesto airado y los semblantes decididos. La gente parece que van como a una romería o como a un maratón popular. El establishment no se siente amenzado ni de lejos, ¿por qué habría de soltar la presa? Mientras esa gente venga así de risueña a clamar por sus cosas es que todavía pueden aguantar un poco más.
Vamos ahora al caso de las huelgas de veinticuatro horas. Me refiero a las huelgas verdaderas, las de los humildes trabajadores mínimamente asalariados. Son huegas que no sirven de nada, se confunden con un día más de los muchos festivos que jalonan el calendario laboral y al día siguiente les tocará recuperar el trabajo dejado de hacer, pero le han ahorrado al empresario un día de salario. ¡menuda presión!.
Una huelga, para que sirva de algo, ha de hacer daño. Por eso vemos como los humildes trabajadores de la recogida de basuras tiene más éxito con sus huelgas indefinidas que los metalúrgicos con sus huelgas de veinticuatro horas.
Si hemos de reivindicar algo hagámoslo en serio, tenazmente hasta conseguirlo con el ceño fruncido y el ademán airado. Basta ya de banderolas, fanfarrias y demás zarandajas. Gente en la calle, la calle es de la gente.
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