Quizás fuera bueno que en el discurrir político, en donde unos y otros confrontan sus ideas para la mejor gobernanza de los españoles, suprimiéramos para siempre los términos de ganar y perder, de victoria y de derrota; se vence al enemigo, no al conciudadano.
En democracia, se supone que los políticos se ofertan para servir los intereses de todos; se suponen que son personas cuya abnegación y patriotismo les lleva a abandonar otras más lucrativas y cómodas actividades en aras del bien común. Los votantes podrán o no acertar con la mejor elección; si aciertan ellos son los que ganan, si yerran ellos son los que pierden, pero ni Rajoy, ni Rubalcaba, ni sus partidarios ganan nada ni nada pierden. Al menos no deberían ganar ni perder nada; sólo, el más votado, habrá asumido una gran responsabilidad.
En democracia, se supone que los políticos se ofertan para servir los intereses de todos; se suponen que son personas cuya abnegación y patriotismo les lleva a abandonar otras más lucrativas y cómodas actividades en aras del bien común. Los votantes podrán o no acertar con la mejor elección; si aciertan ellos son los que ganan, si yerran ellos son los que pierden, pero ni Rajoy, ni Rubalcaba, ni sus partidarios ganan nada ni nada pierden. Al menos no deberían ganar ni perder nada; sólo, el más votado, habrá asumido una gran responsabilidad.
Entonces si son abnegados, patriotas y responsables… ¿por qué el ciudadano medio está tan harto de ellos, por qué tanto desconfía de ellos?.
Hoy, releyendo un libro, he encontrado algo que, aunque referido a USA, puede muy bien dar respuesta a esa pregunta:
“La política, el cargo público, nunca ha sido en muestro país un medio para gobernar en paz, dignidad y honor, sino un refugio para todos los incompetentes que han fracasado en otras actividades y encuentran en la política un modo de vida para ellos y sus familias, una posibilidad de comer, vestirse y tener un hogar a costa de todos los demás”.
William Faulkner.
“LA MANSION ”. Plaza y Janés 1961. pag 355.
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