jueves, 6 de octubre de 2011

EN EL UNIVERSO TODO ES VIDA


Los científicos de todo el mundo llevan mucho tiempo tras las huellas de la vida. Quieren llegar a entender el modo en que una extraordinariamente compleja molécula orgánica llegó a convertirse en una célula procariota. Ahí parece que han decidido que se encuentra la frontera entre la vida y lo inanimado.
Indudablemente es difícil imaginar el modo en que un conjunto inanimado comienza a relacionarse con lo que le rodea y a nutrirse de su entorno; es todavía más asombroso que ese conjunto llegue a ser capaz de hacer copias de si mismo empezando así a colonizar el universo.
Nos perdemos en el laberinto de lo animado y lo inanimado. Lo animado, en un primer pensamiento, son los animales (los que tienen ánima); luego reparamos en el mundo vegetal y sabemos, que a su modo, también lo constituyen seres animados. Lo único que nos diferencia de un vegetal es la capacidad de desplazarnos de uno a otro lado; por lo demás son vivientes como nosotros; empieza ahora a reflexionarse sobre si tienen capacidad de comunicación entre si, de conformar, a su modo, una vida social. Eso podría querer decir que tienen cierto grado de conciencia, cierto grado de conocimiento acerca de su propia existencia y de sus necesidades. Ciertamente los árboles esparcen semillas por doquier para prolongar la vida de su especie; ciertamente también extienden sus raíces por el subsuelo en busca de alimento y elevan sus ramas compitiendo por la luz del sol. Un completo ser vivo el árbol gigantesco, pero también lo es la humilde mala hierba.
Queda entonces lo que vemos como materia inerte. Materia que aparentemente no cambia con el solo paso del tiempo. Sus cambios obedecen siempre a fenómenos externos (acción de los seres animados, de los vientos, de fenómenos naturales en suma). La materia inerte, de pos si, nunca parece cambiar…
Pero, por ejemplo, ¿Consideramos al sol como materia inerte? No es un animal, no es un vegetal, pero está continuamente en actividad provocando explosiones formidables y lanzando toneladas de energía al espacio circundante. Ninguna vida parece que sería posible en nuestro planeta sin esa actividad solar. Seguramente por eso los antiguos divinizaron el sol, lo elevaron a la categoría de dios.
En el otro extremo está el mundo de lo infinitesimal, de las partículas subatómicas cada vez más diminutas hasta llegar a la exagerada pequeñez del electrón, tan común en nuestro mundo, y de su opuesto, tan raro de encontrar, el positrón sólo conocido desde 1932; ambos opuesto coinciden a veces y se anadan (se hacen nada) en algo que ahora, sólo de hace poco acá, conocemos como neutrino intuido en 1930 pero sólo hallado a partir de 1956.
Este mundo infinitesimal, quizás el único mundo verdadero, bulle de cambios que deben medirse en nanosegundos. Un mundo que ha estado oculto hasta hace nada a nuestro conocimiento; esta ignorancia sea quizás el origen de que podamos imaginar lo que llamamos materia inerte como algo extático, que para modificarse requiere el concurso de fuerzas externas. Ahora ya sabemos que de inerte, nada. En las entrañas de todo hay un reino entero de continuados cambios de cualquier tipo. Los elementos radiativos ya nos habían alertado de que la materia inerte no era tan inerte como parecía. Las partículas subatómicas parece estar en continua actividad. Un átomo nunca descansa.
Si lo que creíamos inerte resulta ser más activo que lo que juzgábamos animado, será preciso enunciar que la vida existía antes de la vida; que no hay frontera alguna que buscar entre lo animado y lo inanimado. Realmente todo tienen vida, el universo entero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

esto es un electrón que le dice a otro...