sábado, 22 de octubre de 2011

EL FINAL DE ETA


No cabe sino alegrarse por el anuncio de ETA de abandonar definitivamente la senda de la violencia. Habrá quien no se fíe; no es criticable su postura; tampoco yo me fío del todo. ETA puede volver a matar aun cuando se proceda a su desarme y disolución; las metástasis siempre son posibles aun cuando se crea que se ha eliminado el tumor maligno. Sobre todo si no ha sido posible conocer la razón por la que se originó la enfermedad. Un incendio provocado no estará extinguido del todo mientras esté libre el pirómano.
Hay, sin embargo, algunos sectores que parecen no haberse alegrado. Me refiero a los que podríamos calificar de centralistas reaccionarios residuales que nunca han visto con buenos ojos la poca o mucha autonomía que se les ha concedido a distintas regiones españolas. Esto parece, en si mismo, un tremendo contrasentido. Deberían ser los más contentos ya que un grupo que mataba por desgajar por la fuerza un pedazo del país ha decidido renunciar a esa odiosa línea de acción. ¿Por qué entonces su malestar no disimulado?
En mi opinión, se trata, en primer lugar, del momento en que se ha producido; saben aue la historia, la memoria histórica que tanto les duele también, recordará a ZP como el presidente de gobierno bajo cuyo mandato se produjo, al fin, el fin de ETA. Odian a ZP, ergo sunt.
Pero hay algo más profundo. Este final “voluntario” de ETA no les satisface. Para ellos ETA ha sido, muchas veces, sólo la excusa para manifestar su reaccionario cabreo antidemocrático; realmente las víctimas les importaban bien poco. Seguramente pensaban que a ese fenómeno terrorista era tolerable, más bien leve; en 50 años sólo había matado 829 personas mientras que el IRA en menos de 30 años se había cargado a 1822, mas del doble en poco más de la mitad de tiempo; y, por otro lado, tiene la ventaja de mantener una permanente y activa presencia de masas enardecidas que se manifiesten en las calles, principalmente de Madrid, en contra de cualquier atisbo de autodeterminación periférica. Ahora a lo mejor temen que los nacionalistas puedan esgrimir racionalmente sus argumentos independentistas, sin provocar anteriores reacciones viscerales.
Pero sobre todo les molesta que los convictos de terrorismo puedan algún día, cuando la justicia así lo estime, puedan reintegrarse en la sociedad; son acérrimos defensores del Talión, ojo por ojo, diente por diente, caiga quien caiga y a toda costa; creen que sólo la venganza, la revancha, puede paliar el dolor de las víctimas. Vencedores y vencidos.



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