martes, 20 de diciembre de 2011

ENAJENACION SOCIAL

No quisiera que nadie interpretara que tengo algún tipo de prevención o de rechazo hacia los hijos bastardos. En todo caso, mi rechazo o mi condena no sería contra ellos sino contra los padres que en ese trance los pusieron, porque, no tanto ahora, pero antes, tal condición constituía un baldón más que considerable.
No obstante creo que sería muy difícil encontrar un bastardo más orgulloso de serlo que don Leandro. Lo pongo en condicional porque pienso que nadie se va a poner a investigar el nivel de orgullo por ser bastardo de los muchísimos que parece haber en este mundo de Dios.
Lo que llama la atención en este caso es que uno no comprende muy bien la razón de sentirse así de orgulloso. Supongo que será porque quien lo engendró estaba en todo lo alto entonces en España; ¡menudo motivo de orgullo! Claro, que juzgando por como se ha colocado uno de sus nietos parece que ser hijo de esa clase de sangre, aunque sea bastardo, conlleva ciertas ventajas, pero indudablemente este no es el caso de don Leandro que anda mostrando sus vergüenzas por los platós televisivos, como un pajares cualquiera, a cambio de un dinero poco o mucho. Noblesse oblige, don Leandro.
Muy abandonado lo tienen que tener sus azulados parientes cuando se le puede hacer tragar ese plato de mal gusto o cuando doña Blanca, tiene que mezclarse y revolverse con toda esa calaña en un plató a la vista de todo el mundo y jaleada por ese jorge javier y sus palmeros. Por cierto, otro que se pavonea de su condición sin venir a cuento.
De todos modos no era mi ánimo arremeter contra don Leandro, ni contra su hija, ni tan siquiera contra el cuadro de baile que pide salvación a cada tarde. No me hubiera ocupado de este tema sino fuera porque es el paradigma de esa especie de fascinación irracional que mueve a las masas a adorar a sus opresores.
La opresión de los oprimidos no sería posible sin el concurso de buena parte de esos mismos oprimidos que, ejerciendo directamente humildes labores como lacayos, guardeses, monteros, etc, se adhieren con inexplicable lealtad a la mano que, si bien le da de comer, los tiene agarrados por los mismísimos y, principalmente, les paga más que con un justo salario, con una deferencia gratuita de una sola dirección; esos leales servidores junto con las siempre mal pagadas fuerzas de seguridad constituyen el brazo de palanca poderosísimo utilizado para humillar a los vasallos.
No sería posible tampoco si la gente no se dejara deslumbrar por el oropel de la beautiful people porque si no hubiera individuos serviles y obsequiosos de nada les valdría a los explotadores el fruto de su explotación.
Pero parece haber una especie de síndrome de Estolcomo en el que el secuestrado acaba por admirar a su secuestrador. Si así no fuera, a santo de que admiramos a gentes como Mario Conde, Cayetetana de Alba, Juan Carlos I, Letizia Rocasolano, etc, etc.   



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