Parece haber una especie de mal fario en las bodas de las hijas de los jefes de estado en España. Por lo menos en los que he tenido ocasión de padecer en los años que tengo de vida.
Primero tuvimos que sufrir al yernísimo del generalísimo, Marqués de Villaverde, paseando su ambiciosa caradura por el cortijo de su suegrísimo. Fue, según se dice, el muñidor del expolio nacional en que se basa la actual e incomprensible fortuna de la familia del dictador.
Ahora nos toca contemplar indignados las andanzas del Duque de Palma cuyo enlace con la infanta Cristina nos lo quisieron presentar como un cuento de hadas aunque luego haya resultado que no sólo fueron felices y comieron perdices sino que también se dedicaron a trapicheos poco ejemplarizantes tras la fachada de la casa real.
No es de extrañar que oscuros e irrelevantes personajillos de la vida nacional puedan llegar a desarrollar actividades ilegales de cierta entidad financiera; se aprovechan precisamente de su irrelevancia social para pasar desapercibidos ante la ley. Estamos, por desgracia, muy habituados a esa continuada corrupción.
Lo que si causa algo más que extrañeza es que alguien tan notorio pueda andar de aquí para allá metiendo la mano en donde no debiera sin que nadie se percatara de ello. Si como se rumorea la casa real conocía desde hace años las andanzas de IU (no se trata de Izquierda Unida, no) y que eso fue lo que motivó su exilio dorado, no vale ahora la postura supuestamente digna y firme del monarca. No vale por más que el coro mediático nos quiera presentar el discurso de nochebuena como un ejemplo a seguir. Llega tarde unos pocos de años. Sólo cuando el escándalo sale a la luz. El rey hubiera debido ser el primero en condenar públicamente las aventuras de su yerno tan pronto tuvo noticias de ellas.
1 comentario:
A estas alturas no es que llegue tarde, es que resulta un poco bochornoso, la verdad. ¿Qué pensar también cuando días más tarde en los actos solemnes como el de la apertura de la X legislatura, insta a los parlamentarios a que contribuyan a "reforzar la confianza en las instituciones" y a que trabajen con "honestidad" y "espíritu de concordia", recordándoles que los ciudadanos esperan de ellos que actúen de forma "responsable, solidaria y efectiva?
Nos quieren hacer creer que se está en lo que se está, y bla, bla, bla, cuando “realmente” los hechos lo que demuestran es lo contrario.
Cuentan por ahí de un antiguo rey castellano de siglos pasados al que un día se le quejaron sus cortesanos:
- Señor, no estamos conformes con que nuestro rey vista de esta manera, con paño tan burdo como la gente más ordinaria del pueblo. Un rey debe llevar mejores vestidos y lucir algo más en sus carrozas y en el enjaezado de sus caballos.
El rey escuchó, y contestó entonces manteniéndose en las suyas:
- Mis caballeros, ustedes están equivocados. Un rey no debe aventajar a los súbditos sino en la virtud. El dinero lo da Dios a cualquiera; pero la virtud es sólo de los buenos. Lo que cuenta es la honestidad, empezando por la del rey.
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