Tan asustados estaban los pasajeros que forzaron al piloto a abandonar los mandos y se confiaron en manos de don Mariano a pesar de no haber mostrado titulación alguna que confirmara su destreza para evitar la catástrofe.
Tan fuerte fue, poco después, el impacto contra el suelo que los restos del avión, de su tripulación y de sus pasajeros se encontraron diseminados en un extenso radio de diez kilómetros.
Así nosotros hemos confiado en don Mariano Pinocho para que nos saque de esta cosa que llaman crisis, pero tal como van las cosas mucho me temo que nos vamos a estampar contra algo muy duro y desagradable.
Para que nos gobernara un tonto irresoluto e indocumentado ya teníamos a don Jose Luis Pinocho; no necesitábamos un cambio.
Más nos hubiera valido no confiar en alguien cuyos únicos argumentos para pilotar la nave eran: lo mal que lo estaba haciendo el piloto, lo bueno que era para todos la alternancia en coger los mandos del avión y que, para gobernar, bastaba con hacer las cosas como manda Dios y con sentido común. Compañeros, conciudadanos, hemos sido, si cabe, todavía más tontos que don Mariano. Suerte la próxima vez.
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