jueves, 28 de abril de 2011

30 AÑOS DESPUES DE MUERTO


En 1997 se cumplieron treinta años de la muerte de Ernesto "Che" Guevara en Bolivia. Estos poemas están inspirados en la lectura de su diario en aquella campaña que condujo a su ejecución.



Una noche, la partida, hostigada por el ejército regular, anda escasa de agua.


Sin poder dormir de sed
¿dónde está el agua?

El silencio nocturno
trae su rumor lejano.

Las estrellas
quizás rielan dormidas
en el fluir del río
remoto allá abajo
en lo hondo de la quebrada.

Allá abajo
remota el agua
en lo más hondo
de la quebrada.

Le digo a una sombra que me acompaña:
"Busca un sendero".

Se lo traga la noche,
la luna escasa,
crujiendo ramas como disparos.

Nos sentamos a esperar en el silencio.
Nos adivinamos los rostros tensos.

Tarda en volver
difícil la ladera
en esta noche de luna nueva.

Tarda en volver;
por la mañana
nos bajaremos
a donde el agua.

El guerrillero anda desalentado al ver que su empresa no progresa como debiera.


Se ponen algunas veces las cosas
tan condenadamente hostiles
que parece que uno fuera
mismamente el hijoputa,
el acanallado chupapobres,
el malo de la historia que no acaba.

Todo se pone de repente cuesta arriba,
el terreno, las noticias, los recuerdos,
el abatido dolor de un compañero amigo,
se secan los arroyos y amarguean,
y hasta los mismos inocentes vegetales
se entralazan insalvables y cortantes.

Apenas si llueven cuatro gotas
que te calan hasta los huevos
pero que no bastan para borrar tus huellas
tras las que vienen los perros;
ni sirven para llenar la cantimplora
donde suena ya un vacío de tres días.

Pero uno sabe
que uno no es el hijoputa.

Se pone un pie por delante del otro,
se inicia un nuevo paso
y espera uno el nuevo día
imaginando un mundo y contemplando estrellas.

El mundo entero, menos algún que otro que no califico, lloró su muerte.

¿Qué se hizo de tanto corazón como enviaroan
los buenos del mundo entero
a Bolivia para que transplantaran
vida nueva a nuestro muerto?

LLegaban en fardos gigantescos (los campesinos),
en diminutas cajas de cartón (los niños),
en cajas pulidas de hirviente acero (los obreros),
en delicados estuches de pálido nácar (las mujeres),
en monedas ruinosas y en sollozos (los del Domund),
y en el aire de la tarde (los poetas).

Se saltaban el bloqueo a la torera
por extraños y prohibidos vericuetos.

Sobornaban las conciencias
con la mirada dulce que les prestaste un otro día.

Y en llegando los iban apilando en todas partes,
con desorden despiadado y a conciencia,
no fuera que viniera
en latirte el corazón de nuevo.

"Me queman todo esto
o, mejor, haremos ungüentos
para rejuvenecer
al mundo con crema de corazón herido.

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