martes, 19 de abril de 2011

¿DINERO PRIVADO?

Se habla de dinero público cuando nos referimos al dinero que maneja la administración del estado para el desempeño de las tareas que les competen. Es dinero que administra el sector público y, por ello, lo llamamos dinero público.

Pero esto da lugar a que  mucha gente se haya acuñado en lo hondo de sus más firmes creencias que, puesto que existe un dinero público, tiene que existir un dinero privado. Eso sería verdad si se estuvieran refiriendo a que son particulares los que administran ese dinero, pero me temo que se refieren a que son particulares los dueños de ese dinero;  pero el dinero no tiene dueño, tiene sólo administradores.
Seguramente para muchos no esté clara la diferencia entre dueño y administrador; el dueño, con lo suyo, es sólo responsable ante sí mismo; el admisnistrador lo es ante el dueño de lo administrado.
¿Ante quien son responsables los administradores de los dineros?. ¿Quienes son los dueños del dinero?. Éstos son el conjunto de los que lo aceptan como tal. Ante este conjunto son responsables los que administran el dinero, tanto el público como ese que llaman privado. Porque uno no puede hacer con el dinero que adminsitra lo que le dé la gana. Uno no puede, por ejemplo, invertirlo en contratar matones que vayan dando palizas a los no gratos por cualquier razón; ni destinarlo a financiar cualquier otro tipo de conducta antisocial. Uno, sobre todo, no puede poner trabas a la debida circulación del dinero.
El dinero es sólo una invención del hombre y es la única cosa, (junto con la propiedad privada, que es otra forma de dinero),  que desaparecerá cuando la humanidad desaparezca; todo lo demás continuará: las casas, los diques, los árboles, las monedas y billetes que ya no representarán nada, todo, menos el dinero que perecerá con el hombre.
El dinero fue inventado para facilitar el trueque de mercancias y sólo después se convirtió, en función de esa primitiva cualidad, en un depósito de valor. Ello implica que el dinero, si es eficaz, debe estar en constante movimiento materializando el trueque de bienes y servicios; toda retención que se pueda producir en ese constante flujo, aún cuando sea para poder capitalizar grandes empresas futuras, no representan sino "enfermedades" del sistema que a veces causan estragos en la sociedad. Seguramente por ello es tan repulsiva la caricatura del avaro encerrado en el sótano blindado de su casa entre montones de billetes y monedas que cuenta y recuenta sin parar, satisfecho sólo con el hecho de acaparar riqueza.
El gran mal de la economía actual es que hay quienes se han creido que el dinero es de cada cual que de alguna forma lo ha ganado, sin hacer distingos de los medios, por supuesto. Alguien dijo alguna vez qu7e detrás de cada gran fortuna había un gran delito. La economía del momento se basa, por lo tanto, sobre el principio de la maximalización del beneficio, medido en dinero, claro.
Sin embargo, si como mantenemos aquí sólo somos administradores del dinero que ganamos y responsables, por eso mismo, ante los demás (los verdaderos dueños de ese dinero quer administramos) ya no podemos fundamentar la economía en el sólo prurito de lograr máximos beneficios económicos, sino en proporcionar mayor bienestar a los demás; la administración de ese dinero, el modo en que lo gastamos o invertimos, tiene una clara dimensión social.

1 comentario:

Anónimo dijo...

LAS ILUSIONES PERDIDAS
- EL PAIS - Concha Caballero

No se van en trenes con maletas de cartón pero llevan sus bienes más preciados: un portátil, un móvil de última generación regalado por un familiar o conseguido a base de una lucha de puntos sin cuartel. Suelen tomar un vuelo de bajo coste, cazado pacientemente en las redes de Internet. Se van a hacer un máster, o han logrado una mal llamada beca Erasmus que costará a la familia la mitad de sus ahorros. Otras veces van a hacer de au-pair, de auxiliar de conversación, o a cualquier trabajo temporal. La familia va a despedirlos a la puerta de embarque y mientras se alejan disimularán unos su pena y otros su incipiente desamparo. "Es por poco tiempo -se dicen-. Dominarán el idioma, conocerán mundo... Regresarán en pocos meses".

Hasta hace poco era un privilegio de los nuevos tiempos que les permitía gozar de una libertad sin límites, de un mundo sin fronteras, de una capacidad casi infinita de aprendizaje... Hasta que llegó la crisis y la maleta pareció distinta, la espera en la fila de embarque más embarazosa, la despedida más triste y el fantasma de la ausencia definitiva más cercano.

No. No llevan maletas de cartón, ni hay aglomeraciones en el andén de la despedida. No se marchan en grupo, sino uno a uno. Aparentemente nada les obliga. Ha sido una cadena invisible de acontecimientos. Estuvieron allí hace unos años, o tienen una amiga que les ha informado de que puede encontrar algún trabajo con facilidad. No pagarán mucho, eso es seguro, pero podrán ganarse la vida con cierta facilidad... A fin de cuentas aquí no hay nada.

Y se marchan poco a poco, sin alboroto alguno. Un goteo incesante de savia nueva que sale sin ruido de nuestro país, desmintiendo la vieja quimera de que la historia es un caudal continuo de mejoras.

No hay estadísticas oficiales sobre ellos. Nadie sabe cuántos son ni adonde se dirigen. No se agrupan bajo el nombre oficial de emigrantes. Son, más bien, una microhistoria que se cuenta entre amigos y familiares. "Mi hija está en Berlín", "se ha marchado a Montpellier", "se fue a Dubai" son frases que escuchamos sin reparar en el significado exacto que comportan. Escapan a las estadísticas de la emigración porque suelen tener un nivel alto de estudios y no se corresponden con el perfil típico de lo que pensamos que es un emigrante. Quizá en las cuentas oficiales figuren como residentes en el extranjero, pero deberían aparecer como nuevos exiliados producto de la ceguera de nuestro país.

En los tiempos de crisis que detallan cada euro gastado nadie computa los centenares de miles de euros empleados en su formación y regalados a empresarios de más allá de nuestras fronteras con una torpeza sin límites, con una ignorancia sin parangón. Menos aún se cuantifican el esfuerzo de sus familias, las ilusiones perdidas y sus sueños rotos en mil pedazos.

No llevan maletas de cartón, pero componen un nuevo éxodo que azota especialmente a Andalucía, que dispersa a nuestros jóvenes por toda Europa y gran parte del mundo, que nos priva de su saber, de su aportación y de su compañía. Pero, aparentemente nadie se escandaliza por esta fuga de cerebros, lenta pero inexorable, que nos privará de muchos de nuestros mejores talentos. Nadie protesta por esta nueva oleada de exiliados que son una acusación silenciosa del fracaso y de engaño. Se van en silencio por el túnel de embarque en el que les alcanzará la melancolía por la pérdida temprana de su tierra.

No son, como dicen, una generación perdida para ellos mismos. No son los socorridos ni-nis que sirven para culpar a la juventud de su falta de empleo. Son una generación perdida para nuestro país y para nuestro futuro. Un tremendo error que pagaremos muy caro en forma de atraso, de empobrecimiento intelectual y técnico. Aunque todavía no lo sepamos.