Lo malo de los poetas es que quieran escribir sus versos pretendiendo hacer de ello una profesión. No digo que no deba haber poetas que vivan más o menos decentemente con los beneficios de sus poesías; es, más, es imprescindible que los haya. Lo que digo es que gran parte de esa poesía es pasto de filisteos; debemos de considerarla como la ganga en la que se oculta la mena del verso realmente sentido, verdaderamente inspirado.
Lo malo de los poetas es que no se pueden poner a escribir como si fuera un trabajo. Bueno, si que pueden. De hecho hay muchos que lo hacen y luego publican y venden, algunos bastante bien, sus poemas. Los demás compramos esos libros y los leemos sabiendo que el poeta nos está obligando a trabajar en dos sentidos.
Primero tenemos que separar, como ya dije antes, la ganga (lo superfluo, el relleno) de la MENA en la que está, todavía no revelado, el poema realmente sentido por el autor.
Una vez hecho lo anterior, si tenemos la suerte de que nuestro estado anímico pueda sintonizarse con el del poeta cuando escribió esos versos, procedemos a deleitarnos con su lectura, a emocionarnos con sus vivencias, a aplicar sus emociones a nuestras propias necesidades, porque, como se decía en el cartero, el verso no es de quien lo escribe, sino de quien lo necesita. Porque los versos son necesarios. Nos brotan, incontenibles, de emociones insuperables que podrían ahogarnos si no las exteriorizamos de esa manera, si no recurriéramos a exponer con palabras cuando menos la sombra, el vestigio, de esas emociones. Porque todos, absolutamente todos, recurrimos a ese subterfugio terapéutico aunque algunos (seguramente los más) no se atrevan a confesárselo siquiera a sí mismos. Es así que gracias a este don podemos reconocer un verso bello cuando tenemos la suerte de toparnos con él.
2 comentarios:
Y suerte la nuestra de que alguien nos lo recuerde como lo haces tú. Gracias.
mucha suerte
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