Cuando unos gendarmes marroquíes “invadieron” el islote “Perejil” los españoles conocimos la existencia de ese peñasco de disputada soberanía. Se nos presentó como un grave atentado a la soberanía nacional lo que no pasaba de ser un mero incidente fronterizo. El entonces ministro de defensa, de cuyo nombre no quiero acordarme, se engoló como un pavo real y nos comunicó a España entera la victoria de nuestras fuerzas conjuntas sobre… cuatro gendarmes que dormían tranquilamente en un improvisado vivac.
Pues bien, ahora que estamos siendo verdaderamente agredidos no parece que haya reacción alguna por nuestra parte. Seguramente sea debido a que no sabemos identificar los modos agresivos de los nuevos tiempos y, quizás también, a que tenemos infiltrados en nuestro tejido socio-político una poderosa quinta columna del enemigo.
Es realmente difícil encontrar antecedentes de conflictos militares entre naciones con regímenes verdaderamente democráticos. Estas naciones, por lo general, dirimen sus conflictos de intereses en un escenario menos cruento aunque no menos lesivo. La contienda se escenifica en el terreno económico y financiero. Más aún, los agresores en este caso no siempre se identifican al cien por cien con estados nacionales, sino que conforman ese extraño magma de intereses que, como un pulpo gigantesco, tiene sus tentáculos en multitud de países nominalmente soberanos.
Veamos por ejemplo el caso de Grecia. Alemania le privó de su soberanía nacional en 1941 mediante una invasión militar. Ahora, 2012, le ha vuelto a privar de esa soberanía con el ariete de las deuda nacional. Para mi que este modo de agresión es peor, ya que exime al bando victorioso de las consecuencias de su victoria, es decir, a velar de algún modo por el siempre relativo bienestar de los recién derrotados. En Francia, por ejemplo, en la segunda guerra mundial fue más degradante en términos humanos la ocupación directa por Alemania de su parte norte, que la ocupación intermediada en la Francia de Vichy en donde los mismos franceses se pusieron las humillantes cadenas de aquella esclavitud de la mano del mariscal Petain que así llenó de mierda los laureles conquistados en la anterior guerra europea.
Cuando los gobernantes de un estado se muestran incapaces de rechazar una agresión contra el pueblo soberano (por ejemplo, la huida de Carlos IV y Fernando VII a Bayona bajo la tutela de Napoleón Bonaparte) corresponde a este mismo pueblo soberano poner pie en pared y repeler esa agresión en la medida de sus posibilidades y en defensa de sus legítimos intereses. Debe hacerlo a pesar de los tics autoritarios de la quinta columna para reprimir todo cuanto pueda oponerse a esta agresión económica y financiera contra los españoles. No es verdad que, como dijo el difunto Fraga cuando era ministro del interior en el periodo preconstitucional de Arias, la calle fuese suya, ni como ha reiterado el actual ministro, señor Fdez Diaz , diciendo que la calle es de la policía. La calle es nuestra, de todos los españoles y, cuando los que obtuvieron nuestra representación traicionan de algún modo ese mandato, estamos en pleno derecho de decirlo en la calle y presionar para que se gobierne de acuerdo con lo que se prometió y comprometió. La promesas electorales están para ser cumplidas.
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