Parece que he tenido algunos conocidos un tanto peculiares. Otro de ellos frecuentemente exponía su concepto de felicidad:
Estar sentado en un confortable sillón frente a un buen fuego en una tarde de invierno. Estar así con una disfrutando de una copa de coñac y fumando un magnífico habano. Tener cerca, como esperando, una bella mujer….
Pero la escena estaría incompleta si no pudiéramos ver a través de las cristaleras de la cerrada ventana el paso macilento de un mendigo a punto de caer desfallecido entre los copos de nieve.
Era una teoría cínica y provocadora sólo digna de tomarla como una parodia sarcástica. Sin embargo cada día más tengo la sensación de que a muchos, a demasiados, más que su propio bienestar, lo que le interesa para sentirse dichosos, es la infelicidad de los demás, El rico se ve más rico si puede poner un fondo de pobres sobre los que ejercer su poder dinerario.
Si la realidad no fuera esa no sería comprensible ese afán desmedido, exagerado, de amasar enormes fortunas a sabiendas de que cada moneda que añades a tu peculio la estás quitando del algún bolsillo ajeno; o sea, lo malo no es enriquecerse sino empobrecer a los demás. Si el 10 por ciento de la población es dueña del 80% de la riqueza, quiere decir que el 80% vive en la pobreza.
¿Qué puede mover a nadie a ganar su tercer centenar de millones de euros? ¿Cómo puede dormir tranquilo si lo consigue? Basta ya de admirar a esa clase de monstruos y de intentar imitarles; no son humanos, son pero que vampiros.
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