Confieso que el señor Trillo nunca me ha caído nada bien. Pertenece a esa extensa segunda generación de prohombres franquistas que ha anidado tan a gusto en el PP; segunda generación porque sus respectivos progenitores pertenecieron a la elite del franquismo y siempre se ha sabido que de casta le viene al galgo. Que yo sepa y conozca podríamos incluir también en esa especie ejemplares como Ruiz-Gallardon y Elorriaga; pero seguro que hay muchísimos más.
Pero esa falta de simpatía visceral se hace particularmente aguda en lo que se refiere a este señor Trillo. En ello tiene mucha parte de culpa mi formación castrense.
Desde ese pensamiento, formado o deformado por mi profesión, uno no acaba de entender que alguien sea anuente y se alegre con descender de rango, con ser degradado; eso en la milicia se entiende como un severo castigo para algo muy grave, Pues bien, este individuo, que fue nada menos que presidente del congreso de los diputados, aceptó alegremente ser degradado a ministro (alegremente quizás por aquello de que administrar es mas remunerativo en todos los aspectos que presidir).
Pero es que en el desempeño de su ministerio, el de Defensa (o de la Guerra como se conocía antes de esta ola de hipocresía que todo lo arrasa) este señor no pudo disimular que tiene un complejo que sólo se da entre algunos miembros (muy pocos, dicho sea de paso) de los cuerpos paramilitares de las fuerzas armadas (licenciados de carreras universitarias que se incorporan a Defensa como técnicos muy cualificados de sus respectivas licenciaturas). Este complejo consiste en querer ser más papistas que el papa. Quieren suplir con ardor patrio el espíritu militar que cuesta cinco años inculcar en los militares profesionales… y, lo peor, es que se creen que lo consiguen cuando no hacen sino una risible imitación.
¡Viva Honduras! Gritó este ministro de defensa arengando a un contingente salvadoreño.
No fue ese su principal ridículo. Más grande fue lo de la cruenta e indecisa batalla por la reconquista del islote Perejil que quiso presentar como la toma de Granada por los Reyes Católicos. Seis policías marroquíes con orden de no ofrecer resistencia era toda la guarnición a la que tenía que derrotar la fuerza conjunta española.
Pero ojalá esto hubiera sido lo último. Hasta entonces el asunto era cuando más jocoso y ridículo. Lo siguiente fue trágico y vergonzoso.
El caso del avión-basura que acabó estrellándose como no podía ser de otra manera puso en evidencia, por una parte, una gestión ruin y cicatera tratando a los soldados con menos consideración que al ganado; muchas veces se hizo saber por distintos usuarios las pésimas condiciones de los aviones sub-sub-sub contratados. Por otra parte, la calidad humana del entonces ministro salvando su culo a toda costa con el caiga quien caiga de aquel pobre hombre general de la sanidad militar que sólo hizo, aunque no debió hacerlo, lo que su ministro más o menos explícitamente le había encomendado: meter los restos de los fallecidos barajados los unos con los otros y procediendo a falsas identificaciones para solventar el caso lo más rápidamente posible. Otro cualquier ministro en su caso hubiera dimitido sin más demora, pero él, cruzándose de brazos, dijo que le daba igual.
Y ahora le dan, en un muy calculado arabesco lateral, un suculento regalo de despedida, un momio de primera clase y de nula responsabilidad porque se trata sólo de estar carca del señor de la casa. Lo designan embajador en Washington. Esto si que, para terminar, MANDA HUEVOS.
Confieso que el señor Trillo nunca me ha caído nada bien. Pertenece a esa extensa segunda generación de prohombres franquistas que ha anidado tan a gusto en el PP; segunda generación porque sus respectivos progenitores pertenecieron a la elite del franquismo y siempre se ha sabido que de casta le viene al galgo. Que yo sepa y conozca podríamos incluir a con él en esa especie ejemplares como Ruiz-Gallardon y Elorriaga; pero seguro que hay muchísimos más.
Pero esa falta de simpatía visceral se hace particularmente aguda en lo que se refiere a este señor Trillo. En ello tiene mucha parte de culpa mi formación castrense.
Desde ese pensamiento, formado o deformado por mi profesión, uno no acaba de entender que alguien sea anuente y se alegre con descender de rango, con ser degradado; eso en la milicia se entiende como un severo castigo para algo muy grave, Pues bien, este individuo, que fue nada menos que presidente del congreso de los diputados, aceptó alegremente ser degradado a ministro (alegremente quizás por aquello de que administrar es mas remunerativo en todos los aspectos que presidir).
Pero es que en el desempeño de su ministerio, el de Defensa (o de la Guerra como se conocía antes de esta ola de hipocresía que todo lo arrasa) este señor no pudo disimular que tiene un complejo que sólo se da entre algunos miembros (muy pocos, dicho sea de paso) de los cuerpos paramilitares de las fuerzas armadas (licenciados de carreras universitarias que se incorporan a Defensa como técnicos muy cualificados de sus respectivas licenciaturas). Este complejo consiste en querer ser más papistas que el papa. Quieren suplir con ardor patrio el espíritu militar que cuesta cinco años inculcar en los militares profesionales… y, lo peor, es que se creen que lo consiguen cuando no hacen sino una risible imitación.
¡Viva Honduras! Gritó este ministro de defensa arengando a un contingente salvadoreño.
No fue ese su principal ridículo. Más grande fue lo de la cruenta e indecisa batalla por la reconquista del islote Perejil que quiso presentar como la toma de Granada por los Reyes Católicos. Seis policías marroquíes con orden de no ofrecer resistencia era toda la guarnición a la que tenía que derrotar la fuerza conjunta española.
Pero ojalá esto hubiera sido lo último. Hasta entonces el asunto era cuando más jocoso y ridículo. Lo siguiente fue trágico y vergonzoso.
El caso del avión-basura que acabó estrellándose como no podía ser de otra manera puso en evidencia, por una parte, una gestión ruin y cicatera tratando a los soldados con menos consideración que al ganado; muchas veces se hizo saber por distintos usuarios las pésimas condiciones de los aviones sub-sub-sub contratados. Por otra parte, la calidad humana del entonces ministro salvando su culo a toda costa con el caiga quien caiga de aquel pobre hombre general de la sanidad militar que sólo hizo, aunque no debió hacerlo, lo que su ministro más o menos explícitamente le había encomendado: meter los restos de los fallecidos barajados los unos con los otros y procediendo a falsas identificaciones para solventar el caso lo más rápidamente posible. Otro cualquier ministro en su caso hubiera dimitido sin más demora, pero él, cruzándose de brazos, dijo que le daba igual.
Y ahora se dice que le quieren dar, en un muy calculado arabesco lateral, un suculento regalo de despedida, un momio de primera clase y de nula responsabilidad porque se trata sólo de estar carca del señor de la casa. Lo designan embajador en Washington. Esto si que, para terminar, MANDA HUEVOS.
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