viernes, 10 de febrero de 2012

PRIVILEGIOS MATRIMONIALES... ¿POR QUE?

Antaño cuando un hombre y una mujer decidían compartir juntos el resto de sus vidas necesitaban, para ser socialmente aceptados, pasar por la ceremonia del matrimonio.
En estos tiempos las cosas son de muy diferente forma. Hoy es normal y socialmente aceptado sin problemas que numerosas parejas heterosexuales no necesiten papel alguno que selle su convivencia. Para amarse, dicen, no hay necesidad de que exista este o aquel documento que lo certifique.

No les falta razón. Tampoco son este tipo de pareja el objeto de esta reflexión. Por el contrario, quiero reflexionar acerca de las parejas que, no sólo disponen de ese documento acreditativo de su unión, sino que hasta hace poco, no podían legalmente acceder a tenerlo. Me refiero a los matrimonios entre homosexuales.
Ha sido larga y difícil su batalla para conseguir se les reconozca el derecho a esa nueva legalidad. Pero me pregunto cual puede ser la razón de que se haya planteado esa batalla cuando, por lo visto, es racional la no necesidad de papel oficial alguno para amarse en pareja.
No me puedo creer que haya sido sólo por la estética ceremonial del matrimonio con sus lindos trajes, su oficiante, sus invitados, su copa de cava y su primer beso en la boca de recién casados. Eso podrían haberlo hecho sin necesidad de legalidad alguna, como el que representa una obra de teatro. Así que debe haber alguna otra razón.
Seguramente esta razón derive de las ventajas de las que disfrutan los casados en el ordenamiento legal. Seguramente teman los homosexuales que, si su unión afectiva se denominara con otro término cualquiera en vez de matrimonio, un futuro legislador podría siempre legislar a favor del matrimonio y en detrimento de de esas uniones denominadas de otra manera. No es, como parece, una mera cuestión semántica.
Pero esta reflexión debería llevarnos a considerar cual es la razón para que los matrimonios heterosexuales hayan disfrutado de ventajas socio económicas tan golosas como para querer a toda costa ser compartidas por este otro tipo de matrimonios.

Se me ocurre que las sociedades humanas persiguen, como todo ente vivo, su propia supervivencia. Supervivencia que, más allá de la propia vida de sus integrantes, pretende perdurar aún después de la muerte de los individuos que las componen. Esto sólo es posible mediante la procreación de nuevos individuos en número suficiente para renovar continuamente la genética de la sociedad de la que forman parte. Hasta el momento presente, la forma más económica y placentera de conseguirlo es a través de la unión sexual entre hombres y mujeres. Está además la conducta, no exclusiva pero ei muy marcadamente humana, de los cuidados parentales compartidos entre los progenitores de la nueva prole; cuidados que tradicionalmente consagraron el principio de que la mujer atendía a los cuidados directos y el hombre procuraba sustento y protección.  Principio que, por otra parte, va perdiendo vigencia con la consecución femenina de igualdad entre ambos sexos.
Importaba mucho entonces favorecer lo más posible esa estabilidad heterosexual que, a la vez que procuraba nuevos individuos, permitía su educación, muy prolongada en nuestra especie, y su integración en la sociedad. Esto, creo yo, es la raíz de las prebendas que se les ha concedido a los matrimonios heterosexuales. O sea, fueron privilegios que fueron siendo consagrados a lo largo del tiempo sin tener más base racional que algo tan puramente instintivo e intuitivo como la conservación de la especie. En aras de ello se llegó paulatinamente a condenar cualquier actividad sexual fuera del matrimonio y, muy particularmente, las consideradas adúlteras por amenazar éstas, además, a los cuidados de la prole.
¿Por qué no, entonces, racionalizar estos privilegios heterosexuales?
Si lo que se pretende es favorecer la creación de nuevos individuos genéticamente y socialmente integrados en la sociedad, hagámoslo. Dejémonos de legislar de modo que parezca que lo que se protege es sencillamente el polvo, la mera relación heterosexual. Quiero decir con esto que sería hora de replantearnos el modo mediante el que protegemos la continuidad de la sociedad a la que pertenecemos. Lo más sensato, desde mi humilde punto de vista, sería privilegiar la maternidad y los cuidados parentales con independencia del nexo de unión entre progenitores. Los matrimonios heterosexuales no tendrían ninguna clase de privilegio por el sólo hecho de estar casados; tampoco tendrían ninguna clase de privilegios las otras posibles uniones sexualizadas. Sería la hora de subvencionar adecuadamente los cuidados parentales con independencia de si el cuidador fuere homo, hetero o marciano.


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