viernes, 20 de mayo de 2011

ENCOMIUM MENDACI

 De entre los resortes del poder, ninguno tan eficaz ni tan universalmente aceptado como la proscripción de la mentira predicada de execrable. El gran enemigo de dios, el demonio, es llamado padre de la mentira; se nos ha hecho saber que es la mayor y mejor de sus armas.
Sin embargo el hecho de engañar pertenece al orden natural como parte indispensable del enfrentamiento entre presas y depredadores. El ave que aparece en la foto es un tero; “que en un lao pegan los gritos y en otro ponen los güevos”, según Martín Fierro.

¿Por qué, a pesar de ser algo natural entre los seres vivos, el arte de engañar está formalmente proscrito entre los humanos? Bueno, quizás sea sólo un decir. Cuando un militar propio, valiéndose del engaño, vence en una batalla sobre nuestro enemigo, alabamos su sagacidad y lo admiramos como a un héroe. Claro que si ha sido a la inversa, si nuestro militar ha sido engañado y vencido por ello, tildamos al militar enemigo de pérfido.
Es decir, consideramos que la mentira es execrable cuando nos perjudica, pero  encomiable si nos beneficia. Entonces, insisto, no se comprende que se predique en forma absoluta el mandato de NO MENTIR.
No podemos ignorar que los mandatos los dictan los que mandan y que los mandatos son tanto más rigurosamente exigidos cuanto más útiles son para preservar la autoridad del que manda. Así si comparamos el rechazo formal de la sociedad  del que miente con el que se tiene del que roba o del que mata, vemos una primera diferencia. Mientras que en estos dos últimos casos es de aceptación universal la legitimidad de matar si es defensa propia, de robar si es en caso de necesidad, no hay (ya digo, sólo formalmente) excepción de gracia para el mentiroso. Quiere eso decir que los que mandan han tenido buen cuidado en presentar la mentira como lo peor de lo peor porque la mentira amenaza su status. ¿Por qué y en qué medida?
Los que mandan no reprimen a la hora de ocultar, manipular o deformar la verdad. Se amparan en conceptos como interés nacional, secreto de estado, encuentros discretos, etc, etc. Sin embargo exigen sinceridad absoluta a sus siervos y ciudadanos en general.  El falso testimonio se considera delito, ocultar a la policía lo que uno sabe pero que uno quiere ocultar por uno u otro motivo se considera obstrucción a la justicia o encubrimiento  En resumen, se trata de una especie de partida de cartas entre los que mandan y los otros, sólo que a  aquéllos les está permitido hacer trampas impunemente cuando lo estiman oportuno.
Cualquier ministro del interior se sentiría feliz si los terroristas, los contrabandistas, los ladrones de banco y demás delincuentes tuvieran activado un gen que les impidiera engañar acerca de sus hechos e intenciones.
Lo mismo desearía a su vez el dictador político de turno, sólo que a éste le importaría menos ese gen activado en los delincuentes; lo preferiría activado en los que piensan distinto o planean recuperar libertades arrebatadas.
Lo mismo también cualquier jefe de estudios en relación con sus alumnos; querría que al preguntar aquello de: “¿quién ha sido, quién lo ha hecho?”,  viera inmediatamente levantar la mano al culpable de cualquier regla infringida.
No es que yo defienda aquí y ahora la mentira como virtud deseable, ya que un cierto grado de confianza siempre es bueno a la hora de convivir los unos con los otros, sino que ya es hora de privar a la mentira de su carácter de maldad absoluta. Al igual que,  como he expresado anteriormente, se puede matar o robar por legítima causa, pues también se puede mentir por análogo motivo. Además no deja de ser significativo el hecho de que la prohibición de mentir aparezca más tardíamente entre las grandes prohibiciones del decálogo de Moisés que la prohibición de matar y que la prohibición de robar; se trata sin duda de un mandamiento aparecido cuando ya los hombres no eran aquellos primitivos grupos tribales , sino complejas sociedades multitribales en las que se  empezaban a aplicar mecanismos de poder destinados a perpetuar el mando más que a procurar el bienestar colectivo.
El paradigma execrativo de la mentira alcanza su punto más alto en una frase lapidaria: LA VERDAD OS HARÁ LIBRES. Lo malo de esta frase es que es a la vez verdadera y falsa. Verdadera porque si uno conoce los verdaderos pensamientos, proyectos y hechos de los otros  no cabe duda de que se tiene cierta ventaja sobre ellos, ganamos libertad. Es falsa, porque si, sensu contrario, somos sinceros y desvelamos a los demás nuestros pensamientos, proyectos y hechos, quedamos en desventaja notoria, perdemos libertad. La frase en cuestión debería replantearse: CONOCER LA VERDAD OS HACE LIBRES. Así queda completa con su verbo y todo.
 

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