En mi pueblo recién he visto unos grandes paneles de propaganda electoral. En uno de ellos, el actual alcalde aparece en una gran fotografía junto al lema de su campaña: "VAMOS A GANAR".
Parece que se lo ha tomado como una competición deportiva en donde sólo se trata de quedar por encima de sus contrincantes. En eso han convertido la política; ganar como sea y para lo que sea. No importa lo que pretendamos hacer después de ganar; basta con ganar.
Pero no es que este presunto alcalde sea un raro ejemplar en su especie. En la jerga diaria se habla de ganar o perder las elecciones; la "victoria" se celebra como la tercera liga del Barsa; se salta en los balcones, se ruge de entusiasmo en las calles; se enseñan los dedos índice y corazón formando una uve. A mi, debo ser muy raro, todo eso me llena de consternación.
En la modestia de uno y en su escaso entender, creía que cuando se consigue la confianza de los electores para gobernarlos durante un determinado período de tiempo, uno, más que eufórico, debería estar tenso y alerta ante la responsabilidad que le espera en su gestión; algo parecido al estado de ánimo en que seguramente se encuentra un cirujano cuando se apresta a intervenir a un paciente aquejado de algo muy grave. (No imagino a ningún cirujano con su equipo haciendo la V de victoria y dándo vivas al entrar en el quirófano).
Sin embargo parece que estoy equivocado. El gozo, como a don Quijote, les revienta por las cinchas de sus caballos.
Seguramente no sea para menos; son muchas las prebendas que llevan los cargos públicos y más las posibilidades de enriquecerse más o menos lícitamente. Más aún si se cuenta con la admiración de una pléyade de fanáticos seguidores que lo encuentran a uno, además, guapo, inteligente, gracioso y todo lo demás. Visto así... claro está que lo que se pretende es ganar. Obvio. Así mirado es para entusiasmarse.
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