lunes, 23 de mayo de 2011

LA TIERRA DE LAS DOS LUNAS.

Hubo un tiempo en que yo daba lecciones de inglés. Principalmente a niños. Tuve la suerte de poder reunir un grupo de ellos especialmente brillantes; niñas y niños; me lo pasaba bien con ellos y les enseñaba inglés a mi manera; es decir, le contaba cuentos que inventaba, los traducíamos y le explicaba la gramática necesaria para ello. Yo estaba a merced de la inspiración de cada día; una veces los cuentos eran buenos; otras, horribles…

Hubo uno, sin embargo, que me gustó mucho. Quería desarrollar, esos días, el concepto de patria porque en mi destino estábamos trabajando en un nuevo manual para el soldado; allí había que explicarles lo que era la patria. Es decir, en esos días yo estaba dando vueltas a la mejor manera de exponer el tema. Fue así como les conté a mis alumnos el cuento de la tierra de las dos lunas (Twomoonland). Ahora os lo cuento a vosotros muy esquemáticamente.

Una tribu primitiva está asentada junto a la desembocadura de un gran río. La vida es dura; viven penosamente y, además, los lazos tribales son muy difusos; ni siquiera están seguros de pertenecer a una misma raza. En la memoria colectiva del pueblo, sin embargo, se tiene conciencia del paraíso de donde un día emigraron. Nadie recuerda ya la razón de la migración, pero creen recordar que era un lugar tan bello que hasta tenía dos lunas.
Un día, un joven, decide regresar al lugar de sus antepasados del que sólo sabe que se encuentra justo en le nacimiento del gran río junto al que habitan. Según los ancianos no hay camino transitable aguas arriba; hicieron el descenso en canoas, creen recordar, bueno, creen recordar que eso fue lo que contaron a los ancianos los abuelos de los ancianos que hubo antes que ello. En cualquier caso, el terreno en ambas orillas es abrupto, está lleno de alimañas y la vegetación se muestra impenetrable de tan espesa. Remontar el río parece lo único posible.
El joven emprende el viaje en su canoa que ha cargado con provisiones y algunos utensilios.
A los pocos días, sin embargo, se encuentra con un obstáculo que no puede remontar; hay unos rápidos que no puede vencer con el sólo esfuerzo de su remo.
Se acerca a la orilla; desembarca su equipaje y dispone a acampar en espera de algún feliz acontecimiento que le permita proseguir aguas arriba.
Al poco llega por el río otro joven de la tribu que, como él, ha decidido emigrar al lugar de los antepasados. Tampoco el recién llegado consigue remontar los rápidos y, como el primero, se propone acampar en la orilla.
Los dos viajeros estudian juntos la situación y consideran que si aúnan sus pertenencias, desechando lo menos necesario, y prosiguen en una sola canoa, la fuerza de ambos será suficiente para salvar el obstáculo de los rápidos.
Así lo hacen y así pueden seguir aguas arriba otros cuatro o cinco días.
Entonces se topan frente a una cascada, no demasiado alta, pero lo suficiente para impedirles el paso.
Nuevamente acampan en la orilla y esperan hasta que ven aparecer remando aguas arriba otra canoa con otros dos jóvenes que han pasado por idénticas vicisitudes que ellos y que como ellos se ven detenidos por la pequeña cascada.
Se ponen los cuatro de acuerdo en intentar continuar juntos el trayecto juntando sus recursos y sus fuerzas.
Construyen una canoa más grade en la que embarcarse todos y con ayuda de unas lianas consiguen izar la nueva canoa a viva fuerza hasta superar la cascada. Una vez al otro lado, prosiguen felices su viaje. Hasta que….
Sucesivas cascadas les van planteando cada vez mayores obstáculos que sólo pueden superar tras la llegada de otros que como ellos intentan llegar a la tierra de las dos lunas. Eran cuatro, luego fueron ocho, luego dieciséis.
Su número se duplica a cada nuevo obstáculo que superan. De ese modo después de la última gran catarata, exactamente eran 2048.

Habían superado diez obstáculos; los últimos, realmente formidables. Habían aprendido a colaborar para alcanzar objetivos comunes y allí estaban en la tierra de las dos lunas que brillaban, llenas, en el primer cielo nocturno de su éxito. Estaban sentados alrededor de un inmenso fuego en donde se calentaban, descansaban, comían y se relajaban después de tantos trabajos y penalidades. Uno se levantó y solemnemente dijo que ahora habría que elegir la persona que se encargaría de gobernarlos.
El que primero había iniciado el éxodo no estuvo de acuerdo. Ya no había más dificultades que vencer. Cada cual que se buscara su apaño. La tierra era extensa y no parecía que pudiera haber ocasión de disputas internas, ni se sabía de la existencia de amenazas externas. Siempre le quedaría el sentimiento, la emoción, de saber que sus vecinos habían colaborado estrechamente con él para posibilitar el éxodo a las Tierra de las Dos Lunas; de saber que, si surgiera algún peligro, seguramente podría contar con ellos nuevamente… pero nada más. Cada uno de nosotros había iniciado solo la travesía porque, sin duda,  su voluntad era establecerse solo en aquel lugar. ¿Para qué juntarse ahora y sentirse dependientes los unos de los otros por medio de unas obligaciones y de un millón de deberes? Las obligaciones, los deberes, las leyes en suma, una vez que se impone la primera, ya nunca cesan de brotar de un  inagotable manantial. No, gracias. Él, por lo menos, viviría solo.
Bueno, ¡la que se armó!  Aducían unos que haber compartido tantas fatigas, que haber superado juntos tantas dificultades, había cohesionado al grupo de tal forma que no era concebible que pudiera deshacerse. Por desgracia ese era el pensar del grupo mayoritario que, además, era gente violenta y poco dada a sutilezas intelectuales. Cuando en el debate los unitarios no sabían ya lo que argüir, decidieron votar para ver si se organizaban como nación. En vano los separatistas decían que se juntaran como nación los que quisieran, pero que no contaran con ellos. Se llevó a cabo la votación y ganaron los unionistas.
Ya somos una nación, dijeron, y el que se quiera separar de esta patria es un traidor que no merece vivir. Además, ¿A dónde iban a ir, solos, esos pobres separatistas? Sólo querían su bien, estaban ofuscados, les tendrían que hacer entrar en razón aunque fuera por la fuerza.
Cuando en el calor de la controversia mataron a cinco separatistas, el resto pensó que no valía la pena correr ese riesgo, ya vendrían tiempos mejores.
Así se formó la nación de las dos lunas. Una unidad de destino en lo universal.










No hay comentarios: