Me había propuesto no ver eso que llamaron debate entre Rajoy y Rubalcaba. Al final, sin embargo, lo vi y me arrepentí de haber caído en la tentación. Me dio pena considerar que cualquiera de esos dos, no parece haber otro remedio, hayan de ser los que gobiernen en España a partir del próximo 20 de noviembre.
El mejor comentario post-debate se lo oí, como hecho de pasada, a De La Morena en “El Larguero”. Dijo que había sido como el partido entre el Murcia y el Coruña, aburrido, de muy baja calidad y con un empate a CERO.
Hace un tiempo escribí algo acerca de si yo fuera rey, si yo fuera el que mangoneara en el estado. Hoy quiero hacerlo acerca de si yo hubiera sido el que le escribió lo que finalmente dijo Rubalcaba.
Yo le hubiera dicho que dijera lo siguiente.
Señor Rajoy, usted y yo tenemos algo en común, Ambos estamos aquí, debatiendo para ganarnos el derecho a gobernar a los españoles, sencillamente porque nuestros respectivos mentores decidieron no seguir más allá de su segunda legislatura. El suyo lo hizo mucho antes que el mío y ha dado tiempo a que usted fuera incapaz de ganarse la confianza de los españoles ya en dos ocasiones. Yo, por mi parte, es la primera vez que lo pretendo.
Cuando usted se presentó por la primera, por la segunda y ahora por la tercera vez, estuvo siempre obsesionado por colgarse las dudosas medallas de su entonces jefe de filas el señor Aznar; usted, sin embargo, no había sido, quiero creerlo así, sino un mero acompañante muy significado de sus buenas o malas políticas, que no estamos hoy aquí para juzgar los hechos del entonces presidente. Eso es parte de su currículo, señor Rajoy, querer ir a rueda de otro en todo momento. Así uno se ahorra la molesta tarea de tener opiniones propias.
Yo no quiero caer en su misma manera de hacer política. Tampoco quiero zafarme de la parte de responsabilidad que me pudiera corresponder en las políticas desarrolladas por el señor Rodríguez Zapatero; pero, déjeme recordarle, que yo no soy el señor Rodríguez Zapatero. Lo meritorio o lo oprobioso de su discurso le corresponde a él; a mi, si quiere, écheme la culpa de haber sido un desarrollador de sus proyectos; particularmente en mi desempeño como ministro de interior.
Si yo fuera a hacer lo mismo que el señor Rodríguez Zapatero no estaría hoy aquí debatiendo con usted. Estaría el señor Rodríguez Zapatero. Es decir, se espera de mí que haga algo nuevo bajo mi completa responsabilidad, algo que nos posibilite para salir de esta profunda crisis económica en que nos encontramos.
Nuestra economía se ha deslizado ladera abajo hacia un precipicio y estamos a punto de caer si no hacemos algo para remediarlo. No hay que ser un gran estadista para darse cuenta de ello. Creo que todos lo sabemos. Sin embargo usted parece haber descubierto la pólvora diciendo lo mismo una y otra vez y buscando los culpables de esta acelerada caída hacia el abismo. No voy a discutir si fuimos nosotros o si fue la herencia de ustedes la que propició el entramado económico laboral que ha hecho que una crisis que afecta a toda Europa, se haya cebado de forma particularmente cruel con los niveles de parados en España. Sería un ejercicio dialéctico completamente inútil mientras seguimos rodando pendiente abajo.
Usted aporta como principal argumento para ganarse la confianza del electorado, la mala gestión del gobierno socialista. Como único argumento. Es un argumento ese que puede ser presentado con igual derecho por cualquiera de los demás candidatos que se presentan a las elecciones. ¿Por qué habría de ser usted el elegido y no cualquiera de los otros? ¿Qué promete usted hacer que lo diferencie del señor Cayo Lara, por ejemplo?
Todo lo que usted programa hacer es gobernar como dios manda, gobernar honestamente, gobernar sin dilapidar los caudales públicos, gobernar de acuerdo con un plan, fomentar el empleo y el bienestar y un largo etcétera de buenas intenciones…. Señor Rajoy todas esas cosas las queremos todos aunque no todos los que gobiernan, en el estado o en la comunidades autónomas o en los ayuntamientos, sean a veces todo lo modélico que deberían ser. Pero de momento, al leer con detenimiento su programa electoral, que usted espera que nadie de los que le van a votar se lea, lo único que queda claro es una estudiada ambigüedad en todos los temas que trata y un misterio en los que no trata por no considerarlos importantes. Una estudiada ambigüedad y un dejar puertas abierta para luego poder aplicar sin rubor alguno las recetas ultraconservadoras en que se basa su credo económico y que se resume en que cuanto menos se inmiscuya el estado en los temas socio-económicos mejor.
Pero mejor, señor Rajoy, mejor ¿para quienes?
¿Mejor para el que trabaja o mejor para el que su dinero trabaja por él?
¿Mejor para el parado o mejor para el que puede vivir bastante bien sin trabajar?
Su credo, señor Rajoy, es ese de que, en el largo plazo, las leyes del mercado arreglan las crisis económicas; no se lo niego, señor Rajoy, el tiempo todo lo cura solemos decir. Lo malo señor Rajoy es que, como dijo un ilustre economista, en el largo plazo estaremos todos muertos.
El problema para esta próxima legislatura no se arregla con soluciones a largo plazo. Los cinco millones de parados no van a desaparecer de la noche a la mañana. La gobernanza de este país va a exigir que se les siga atendiendo en su desempleo a menos que decidan resignarse y trabajar como esclavos por un salario mínimo de subsistencia o, por el contrario, indignarse y quebrar la paz social que, gracias a la labor derrochadora según usted del señor Rodríguez Zapatero, todavía hoy disfrutamos como ejemplo para el resto del mundo.
Dice usted que, a la larga, con sus medidas, se creará más empleo, y consecuentemente se creará más riqueza y así el estado dispondrá de más recursos para atender debidamente aspectos sociales tales como la sanidad o la enseñanza públicas. Eso es fácil de entender y es un desideratum para todo buen gobernante: disponer de recursos para atender las demandas sociales en la mayor medida posible.
He dicho todo buen gobernante, pero quizás si ese gobernante aplica las recetas de recortar el gasto público desantendiendo cobertura de paro, sanidad pública o enseñanza pública lo más probable es que mucha gente sufra indebidamente y mucha gente se vea privada de la deseable igualdad de oportunidades. Porque ¿va a desatender cualquiera de estos aspectos en tanto que el estado no recauda más con menores impuestos porque, a largo plazo, se ha recuperado espectacularmente la economía? Ya le digo, quizás para entonces todos estaremos muertos, de hambre o de gripe, y los que hayan subsistido serán analfabetos. Bueno, todos no, siempre quedará la elite bien alimentada e instruida mirando cara al sol con su buena camisa nueva.
(Luego diga sus propuestas Sr Pérez Rubalcaba)
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