Afortunadamente para ellos, los norteamericanos dilucidaron hace más de un siglo la forma de gobierno por la que se rigen; tras haber superado la tentación confederalista. Desde 1865, los USA se conforman como una federación de estados.
En Europa, por el contrario, desde que cayó el imperio romano no hemos hecho sino groseros intentos imperiales para formar una sola nación europea. Desde hace siglos hemos solventado nuestros problemas de convivencia a base de mamporros cada vez más sonados y sonoros; el siglo pasado nuestras rencillas internas concluyeron en dos guerras de carácter mundial.
Ahora nos encontramos con el primer intento pacífico de consolidarnos, las distintas naciones de Europa, como nación a nivel continental, pero no conseguimos pasar de esa etapa confederal, en donde nuestro aldeanismo se dedica a considerar las soberanías nacionales como algo sagrado. Honestamente creo que hay un acuerdo tácito entre todos los ciudadanos europeos para unificarnos en un solo estado federal, pero desgraciadamente creo también que hay un acuerdo mucho más explícito entre todos los gobernantes europeos para no ceder un ápice de una soberanía de figurantes temerosos de perder las dignidades, prebendas y gabelas de sus cargos como primeros mandatarios. Las variopintas, apolilladas y aprovechadas monarquías europeas no son un obstáculo menor; son un símbolo de lo que lo más rancio de la sociedad europea no está dispuesta a dejar de ser.
Los reinos taifas en la península ibérica fragmentaron de tal manera el estado musulmán que posibilitó su lento e inexorable final bajo la presión de los reinos cristianos. Su agonía duró demasiado, ochocientos años, porque, a su vez, la cristiandad, en España, también andaba, aunque en menor grado, dispersa en un puñado de reinos con intereses contrapuestos.
La visión que a nivel global podemos tener ahora de Europa es la de una peninsula de Asia fraccionada políticamente en un conglomerado de naciones que pugnan por caminar unidos enarbolando las banderolas nacionales de su secular antagonismo.
Por ejemplo, mientras en la actual crisis económica los parados españoles, las deudas griegas, las primas de riesgo de Italia, se consideren respectivamente como problemas españoles, griegos o italianos no habremos avanzado ni un milímetro.
Será necesario que los boyantes ciudadanos alemanes, holandeses, etc consideraran que esos problemas son también sus problemas. Caso contrario, las antes sojuzgadas colonias y hoy pujantes economías (USA, Brasil, India, China, etc) nos van a tragar en menos que canta un gallo.
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