Hoy por hoy parece como si todo el mundo le debiera dinero a todo el mundo, como si todos fuésemos deudores de todos. Eso nos tiene paralizados, la actividad económica se ha ido reduciendo hasta extremos difíciles de imaginar; nadie quiere invertir en nada por temor a que lo que produzca no pueda comprarse o que si se compra no sea pagado. Nadie tiene dinero, nadie consume, nadie invierte, nadie trabaja, no se produce riqueza, nadie tiene dinero y vuelta a empezar como un burro con los ojos vendados pretendiendo sacar agua de una noria seca.
El panorama es realmente desolador, mueren de hambre 20.000 personas diarias y, a pesar de ello, el número de pobres aumenta cada día, ya son más de mil millones, no hemos querido ni sabido reducir la lista de espera de las hambrunas de la muerte. Hemos desoído aquello de que cuando las barbas del vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar; hemos hecho oídos sordos a esas hambrunas lejanas y ahora las primeras olas de la pobreza están lamiendo las playas de nuestro propio mundo de bienestar.
Un pueblo antiguo como el hebreo tenía una institución, el año sabático (muchos usan ahora este término con un cierto esplín esnob) en el que se perdonaban todas las deudas. Eso ocurría cada siete años y no se trata sólo de que las tierras permanezcan en barbecho, sino que ocupa el primer plano la "remisión de las deudas". El Deuteronomio no sólo se refiere a la liberación de esclavos en los años sabáticos o cada siete años, sino que amplía considerablemente el concepto de “remisión de deudas” añadiendo la
liberación de las deudas contraídas por los pobres: hipotecas, préstamos, etc.
Y parece que, aunque con escaso porcentaje de cumplimiento de estas normas, no les ha ido tan mal al pueblo hebreo en lo que a economía se refiere.
Pero es que también se nos llenaba la boca ensalzando el “PADRENUESTRO” como la oración que el mismo Dios hecho hombre nos legó como precioso regalo. En esa oración se decía (ahora ya no se dice, parece que no era conveniente la frase en un mundo capitalista), se decía con toda claridad “perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Ahora parece ser que Jesucristo no dominaba la lengua y que con deudas quiso decir ofensas, pecados, que se yo, lo que convenga decir que dijo. Pero me he pasado muchísimos años pidiendo a Dios que me perdonara mis deudas del modo en que yo perdonaba a mis deudores.
Digo todo esto porque a lo mejor la mejor manera de salir de esta crisis económica que ni da trabajo ni deja trabajar, sería la condonación de todas las deudas: todos nos debemos a todos, hagamos borrón y cuenta nueva y empecemos de nuevo la partida; los que van ganando en este complejo juego social no van a querer que demos por terminada la partida; están dispuestos a matar si llegara el caso, pero es igual, acabarán matándonos de hambre poco a poco.
Desde este momento declaro que nadie le debe nada a nadie, que todas las deudas han sido condonadas, que más vale ir a la cárcel por no pagar que acabar en un asilo por pagar.
Nos negamos a que nuestro gobierno se endeude para pagar los intereses de su deuda que no hace así sino crecer. Nos negamos a que nuestro gobierno se endeude para recapitalizar la banca para que pueda generar más deuda.
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